jueves, 1 de enero de 2009

El túnel


La luna brillaba e iluminaba la calle fría y solitaria… ¿solitaria? No del todo. Una figura se mueve por las calles oscuras en dirección a su casa. Es una muchacha de tez pálida, casi blanca y ojos verde oscuro. Camina con prisa, como si temiera ser asaltada por alguien en cualquier momento. No le gusta ese lugar. Nunca le gustó. Su madre siempre la asustó hablándole sobre los muchos violadores y drogadictos que pasaban por allí, pero ahora no podía echarse atrás. No sabía muy bien lo que la había empujado a ir hacía ese lugar, a alejarse de su camino habitual de regreso a casa e ir hasta él. Hasta el túnel. Ya estaba a pocos metros de él cuando, de repente, pasó una súbita ráfaga de viento que le alboroto los cabellos y le impidió ver con claridad. Se adentro en él y todo fue oscuridad. No se veía nada, solo la solitaria y tenue luz que indicaba el final de aquel tortuoso y escalofriante túnel. Normalmente era bastante corto pero, en ese momento, le pareció mucho más largo de lo normal. “Serán cosas mías”, se dijo. Y siguió andando. Pero a medida que avanzaba, el túnel seguía siendo igual o más largo que antes. Los nervios la invadieron. Comenzó a correr desesperadamente hacía aquella luz, aquel resquicio de esperanza que le quedaba y que indicaba la salvación. SU salvación. Entonces la luz se fue acercando más y más. Comenzó a relajar los músculos y a decelerar su paso. Ya no corría, andaba. Solo le quedaba recorrer un pequeño tramo y ya estaría fuera, a salvo. La invadió una anticipada seguridad. Pero, de repente, se cruzó en su camino la estilizada silueta de un hombre. Era alto y delgado, pero no se fijó en su cuerpo. Unos cabellos rubios y brillantes intentaban ocultar un rostro marmóreo en el que destacaban unos ojos de un rojo sangre que le helaron las venas. Comenzó a retroceder poco a poco, pero se topó con otro hombre, esta vez de cabello moreno, que la miraba con los mismos ojos, esta vez desorbitados, que el anterior. No sabía que hacer. Le temblaban las manos y, aunque quería echarse a correr, le fue imposible. Fue como si una fuerza sobre humana la impulsase a quedarse donde estaba, inmóvil. El segundo hombre se acerco a ella con paso decidido y con una escalofriante sonrisa pintada en la cara. Pero el primero, que antes estaba al otro lado de ella, se colocó al lado de este asiéndole del brazo antes de que pudiera ponerle una mano encima, todo eso en una fracción de segundo.
- Espera, aún es pronto. Dijo, mirándolo primero a él y luego a ella.
-Me da igual, hace días que no he probado bocado y tiene una pinta…, dijo acercándose aún más a ella, además, ¿quién sería el imbécil que vendría hasta aquí? Dijo mirándola y riéndose entre dientes.
El otro aflojó la mano y el del cabello moreno siguió avanzando hacia ella, con esos ojos desorbitados y aquella sonrisa maliciosa. No saldría de esta. Moriría a manos de un violador psicópata o algo peor. ¿Que hacía días que no había probado bocado?, eso le sonaba de algo… pero no, esos seres no existían, lo poco que sabía de ellos lo había aprendido de los libros. Mientras ella cavilaba sobre que era lo que pretendía ese hombre, este ya estaba cogiéndola por la cintura y acercándola más y más hacia él. Ella intentó zafarse, pero le fue imposible, era increíblemente fuerte. Él acerco sus labios a su cuello y, si no fuera porque estaba muerta de miedo, habría jurado que le habían salido unos blancos y afilados colmillos. Se dio cuenta de que era su perdición, su vida pasó por delante de sus ojos como en una película. Había tantas cosas que no había hecho, tantas cosas que quería hacer… Solamente tenía quince años… Cerró los ojos con fuerza y, aunque no quería, comenzó a llorar en silencio. La boca del hombre solo estaba a escasos centímetros de su cuello desnudo y blanco. Había perdido toda esperanza, moriría. Entonces, sucedió…